sábado, 30 de junio de 2012

Sobre veranos y banderas

Llega el horario de verano y, junto con la operación Gastroenteritis, me pilla con todos los bikinis perfectamente adaptados a mi apolínea figura. Además, en el trabajo ha pasado casi la primera semana de las dos que voy a tener dedicadas a la formación bien mía, bien de otros. A partir de ahora, tres semanas de trabajo, cuatro de vacaciones y luego otras tres de trabajo ... de 8  a 15:00.

Pero eso ya será el lunes. Ahora lo que ocupa y preocupa a los españoles ... y a los italianos son los 90 minutos de fútbol, prorrogables a 120 con opción a penaltys de mañana. Como todos, llevo observando banderas rojigualdas colgando de balcones que a su vez cuelgan de fachadas con una asiduidad desconocida hasta hace tan solo cuatro años.

Supongo que como a muchos, no me gusta la gente que se envuelve en la bandera pero sí me gustan las banderas. Sobre todo si la bandera supone un orgullo, incluso malentendido, por lo propio sin que suponga un menoscabo de lo que no solo no lo consideramos propio sino que lo consideramos antagonista. Si uno pasea por EEUU puede observar fácilmente que su bandera es ubicua. De hecho, en Nueva York había (ignoro si sigue habiéndola) hasta una tienda de banderas, algo que no distaría mucho de poder ser calificado como el símbolo más relevante del onanismo patrio. Sin embargo, me gustó. Y me gustó porque no necesitan, como dice la canción de Mecano, de una noche y unas uvas para estar unidos en algo. Siempre hay algo por lo que están unidos aunque no siempre sea para bien.

Igualmente, cuando visité Lisboa algo más de un año después de la Eurocopa de Portugal (que acabaría llevándose Grecia ... Grecia, mira tú por dónde), pude ver los balcones galardonados con banderas de Portugal a pesar de que:
  1. Había pasado algo más de un año.
  2. Habían perdido la final.
Y eso que eran buenos tiempos para la lírica. Ahora, y me imagino que mientras que dure esta generación tan brillante, nosotros no dejamos las banderas colgadas pero sí que cada dos años nos vamos al chino de la esquina, dudamos entre coger la que tiene toro o la que no, cogemos una cualquiera y la atamos a los barrotes o le ponemos una práctica pretina para que ella ondee al ritmo que dicte el terral (no en vano estos acontecimientos suelen coincidir con el inicio del verano).

Pues bien, ojalá se queden ahí mucho tiempo, o poco, o el suficiente, qué más da. Ojalá vayan acompañadas de muchas finales y algún que otro título. Al menos mientras los locales sigan vacíos con el cartel de "Se alquila" o "Se vende", mientras las cifras oficiales hablen de tasas de paro que doblan la media europea, mientras que unos pocos podemos ver la crisis desde el burladero dando gracias de poder tener cartera todavía para que los políticos nos metan la mano en ella, y mientras que a otros muchos no les queda ni cartera, ni casi ni miedo.

Para esos, sobre todo para esos, incluso aunque se quiten el euro de la bandera del presupuesto destinado a la comida, ojalá mañana España gane. Un día menos de crisis, oasis dentro de la travesía del desierto, no es probable que siente muy mal.

Un saludo, Domingo.

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